jueves, 6 de octubre de 2016

Cuando el río suena, tráiganme la cantimplora.


Mi madre Olga sobrevivió la Segunda Guerra Mundial. Mis abuelos la primera, deportaciones, suicidios, y muertes en en el campo de batalla. Quizás desde cuando mis antepasados, vivieron, sobrevivieron y murieron envueltos en crisis. Mi padre sobrevivió el campo de concentración y exterminio de Mathaussen en Austria como prisionero. De todos con los que hable siempre había una cuestión importante que dejó la experiencia y tenía que ver con la comida....Todos pasaron hambre en las guerras. Por eso siempre mi madre cuando observaba posibilidad remota de algún conflicto lo primero era su preocupación por la comida. Comprar harina cruda, cereales, conserva, chocolates u otras cosas. Salame o tocino. Lo importante que durara en el tiempo. También le tocó vivir el bombardeo de 78 días a Belgrado....recuerdo que la señora que era buena para cocinar y sufrió sus últimos años con un cáncer al estómago tenía en su balcón un  congelador grande repleto de comida congelada. LA mala suerte hizo que los primeros bombardeos fueron para dejar a la ciudad sin energía y el congelador lleno tuvo que multiplicarse en raciones para todos los del edificio.....
Nunca está de más, y países que sufren seguido de catástrofes lo saben. Hay que tener reservas de agua, una mochila de emergencia, chocolates, conservas, harina cruda. Fósforos, velas, radio portátiles....plásticos....En fin, son recuerdos.

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